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Metro y medio

Ocupando con su metro y medio casi toda la cama, termina de armar el porro tal como lo ha hecho las últimas veces y rota el cacho tras los primeros plones. Después de que terminamos resultó que la desgraciada ya no solo fuma, sino que además arma unos porros bastante buenos, y pensar que se persignaba cual monja, cuando hacía tan solo un par de años, mediante señas le decía que me iba a fumar a alguna esquina para no molestarla con el humo.
Se sigue viendo igual de hermosa que siempre, un poco mayor, un poco más sabia y también un poco más rota y por tanto, un poco más fuerte. Lo primero por mi culpa lo segundo por gracia de ella. Noto que la marihuana empieza a afectarme cuando me fijo en que el color de Canela, mi perra, más que Canela es Chocolate y por tanto pienso que su nombre quizá no fue la mejor elección, aunque chocolate trae a mi mente un perro labrador, macho y de un color mucho más oscuro. Sí, ya estoy en el viaje.
Es bastante raro, como si de repente los últimos tres años nunca hubieran pasado; estamos en la misma cama, entre las mismas cobijas y Canela como siempre, a los pies de ambos. Afortunadamente, el final de nuestra historia a mi perra no le generó mayor trauma que lo que la afecta un día en que no tenga su comida a tiempo. Sin embargo, Canela a nuestros pies trata de desafiar mi subconsciente alterado, mientras duerme en medio de nuestros cuerpos y roncando plácidamente, imitando los ronroneos de las gatas con las que se crió, de la forma que hace solamente cuando algo de verdad la tiene contenta
Pero pese a que todo parece estar igual, pese a que la escena es la misma de antes y pese a que el júbilo parece intacto marinado por la marihuana y el vino, la escena en realidad no puede ser más distinta. La cama podrá ser la misma por casualidad, pero las experiencias, aspiraciones y la vida incluso ya no son iguales. Así, lo que se desenvuelve frente a mis ojos no es más que un espejismo, en el que roce de nuestros cuerpos activa una visión de lo que no fue, al mejor estilo de la melancólica escena de La La Land. Noto cuando le menciono dicha similitud, que aún no sabe mentirme, pues inocentemente me niega haber caído ya en los efectos de la María, con la mirada perdida de cualquier marihuanero alegrón.
La mención del romance de Gosling, nos lleva a caer en cuenta que más o menos un tercio o la mitad de las películas que hemos visto, seguramente las vimos juntos. Pero, evitando melancolías, volvemos, al sueño plácido de Canela, que rápidamente la contagia y la hace caer en la somnolencia tranquila de la traba, poco después de dar media vuelta y empujarme, aún más lejos con su enorme trasero, su torso gira primero y su seno parece salir de su camiseta. Le toco suavemente los dedos con mi mano o ella me los toca a mí y se desenvuelve en mis recuerdos todo el repertorio de prácticas sexuales que desarrollamos con maestría en el pasado, pero su suspiro final explota los globos de mi imaginación y me muestra que la marihuana también trajo el sueño a mí, así que, con la idea de todo lo que no pudo ser en mi cabeza, el último suspiro consciente me encuentra feliz. No sin antes, haber dado media vuelta y reclamado con mi protuberante trasero, el lado que me pertenece de la cama y que en estas circunstancias ya no estoy dispuesto a ceder.

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Se sintió como si hubiera caminado la noche entera y de hecho para cuando abrí la puerta de la casa, un sol sin venados le peinaba la cabeza a los cerros. La bella luz de madrugada no cruzó conmigo el umbral de la puerta sobre la que em recosté algo rendido, cansado, pero sin sueño. Sin embargo, siendo la madrugada del lunes, no encontré mucho más que hacer salvo echarme a la cama a ejecutar la penosa tarea de dormir sin ganas. Una vez arrojado sobre la cama me cubrí como siempre con la colcha hasta la cabeza tratando de recuperar la noche a un día que ya la había reclamado; la luz mañanera se empeñaba en molestar y por algún agujero de mi refugio de tela se colaba, iluminando el interior de la suerte de cueva en la que yo intentaba conciliar el sueño. Tapando con mi espalda la luz que entraba, logré que la oscuridad ganara terreno y las sombras y las luces se pusieron a jugar con la tela, burlándose quizá del hombre que su lado, no dejaban descansar. Cómo cualquier persona media