Se sintió como si hubiera caminado la noche entera y de hecho para cuando abrí la puerta de la casa, un sol sin venados le peinaba la cabeza a los cerros. La bella luz de madrugada no cruzó conmigo el umbral de la puerta sobre la que em recosté algo rendido, cansado, pero sin sueño. Sin embargo, siendo la madrugada del lunes, no encontré mucho más que hacer salvo echarme a la cama a ejecutar la penosa tarea de dormir sin ganas. Una vez arrojado sobre la cama me cubrí como siempre con la colcha hasta la cabeza tratando de recuperar la noche a un día que ya la había reclamado; la luz mañanera se empeñaba en molestar y por algún agujero de mi refugio de tela se colaba, iluminando el interior de la suerte de cueva en la que yo intentaba conciliar el sueño. Tapando con mi espalda la luz que entraba, logré que la oscuridad ganara terreno y las sombras y las luces se pusieron a jugar con la tela, burlándose quizá del hombre que su lado, no dejaban descansar. Cómo cualquier persona media